martes, 17 de enero de 2012

CHANEL Nº 5

        
            Perdido en la soledad de una noche de hielo azul, anduvo hasta el final de una calle sin fin. Caían los primeros copos de nieve cuando la vio mecida por los elegantes vaivenes de un abrigo de marta cibellina: intentaba coger un taxi. Pero en una noche tan cargada de mal tiempo, resultaba, a todas luces, imposible. Se aproximó luchando contra el viento polar que le hacía avanzar como un borracho. Ella sacudió su melena platino y el aroma  Chanel Nº 5 le llevó al abismo de sus ojos, y a adivinar debajo del abrigo unas caderas de piel de nácar. Alucinaciones. Ya nunca más volvió a conocer el sosiego. Con una simple mirada y el ademán de su solapa levantada, la rescató de la nevada y la condujo a la barra del South Manhatann. Sin mediar palabras innecesarias supieron que su encuentro no cabía en los moldes de la normalidad. El presagio del extravío flotaba en el  ambiente.
            Únicamente un Bloody Mary separaba sus cuerpos.
            –¿Te das cuenta, nena, de que no nos conocemos de nada y, en cambio,  estamos a punto de saltar al vacío?
            –¿Al vacío has dicho? El vacío es mi patria. Mira mis piernas, soy trapecista.
            –¡Cómo te entiendo! Yo soy astronauta.
             Al finalizar la bebida, sus labios rojos, resbaladizos y aterciopelados se entreabrieron, y su aliento le pareció que  llegaba cargado de pensamientos frenéticos.
            –Tengo que marcharme. Ha cesado la nevada. Lo siento, lo siento…
            –Yo también, no sabes cuánto. Nena, ¿cuándo podré volver a verte? Dime que mañana en este mismo lugar, a esta misma hora. Déjame soñar.
             Una sonrisa perezosa transformó su boca en una caja de emociones y él  sintió cómo se metía en un charco dulzón lleno de promesas con la incertidumbre del hereje que entra en una iglesia.
            Todo el  día siguiente sintió la misma sonrisa haciéndole cosquillas en la entrepierna. La sensación de la inmediatez le acabó convenciendo de que el destino estaba de su parte, aunque la inquietud le hiciera sentirse como un pez sin agua, como una réplica de la niebla aceitosa que envolvía la ciudad.
            Acudió puntual a la cita. Ella no estaba. El charco se le agrandó. La única prueba de que el día anterior había vivido un episodio turbulento y único, era la nota que le entregó el camarero. La leyó creyendo aspirar todavía su Chanel nº 5:
             “Los encuentros extraviados siempre tienen un final difícil.  Me ha gustado conocerte. La vida es tan insípida, tan previsible… Me cambiaría por una luciérnaga de reflejos verdosos”.
            –Olvídela– sentenció el camarero. Ha dicho algo así como que su futuro estaba en el aire. Cruzó la calle. Mire, desde aquí puede verla. En la terraza del rascacielos. Ha conseguido saltar la valla. Sí, es aquel remolino de ropa que lucha contra el viento.
            Corríó enloquecido. No entendía lo de la luciérnaga, pero siguió corriendo. Cogió dos ascensores, subió empinadas escaleras. Llegó sin resuello. Un resplandor  extraño iluminaba la plataforma exterior.
            –Nena, no te muevas, ya estoy a tu lado, todo va a ir bien.
            –¿Por qué resoplas? Pareces un fuelle. Solo estoy ensayando. Lo hago a menudo, es una forma de luchar contra el vértigo. Mañana estrenamos espectáculo. Pero, ¡no! no saltes tú la mampara…
            Él ya había dado el primer traspié y estaba a punto de salir al espacio como un auténtico astronauta, cuando se apercibió de la luz verdosa que despedía aquel traje de lentejuelas. No dudó en desplegar sus alas de macho de luciérnaga reclamado por una hembra. Ella se aferró a su mano, consciente de la mágica oportunidad de vivir un romance aéreo. Saltaron al unísono, festejando el único encuentro loco de sus monótonas vidas.
        Se despidieron con la imposibilidad actuando como un imán sobre sus bocas entreabiertas, mientras flotaba en el aire la irresistible fragancia del Chanel nº 5.
           
           
           
           

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