martes, 22 de julio de 2014

Firma en la Feria del Libro de Madrid

Firma en la Feria del Libro de Madrid de la novela El triángulo de cuatro lados en la caseta de la editorial Verbum. 13 de junio 2014







miércoles, 16 de julio de 2014

El triángulo de cuatro lados

 
  
¿Dónde están los límites del amor?, ¿dónde habita el deseo? Entre Fedra, “que emanaba un hechizo animal” y su hijastro, Hipólito,  escultor  “culto y sofisticado”  nace un amor casi incestuoso que la sociedad prohibe pero que el corazón arrastra, como un tsunami inexorable,  entre el ambiente bohemio del arte y el mundo oscuro de las drogas. Es también el amor de un padre que “se avergüenza de albergar odio” hacia el hijo que le traiciona, porque sabe que “se es esclavo de lo que se ha contribuido a crear”.
Nada es lo que parece. Nadie es completamente inocente ni totalmente culpable. El mismo ser maligno, Hades, por encima del libre albedrío de los mortales, tiende una tela de muerte alrededor de los que pretende someter a sus apetitos. El triángulo de cuatro lados es una coral de voces, siempre en primera persona, por lo que no  pierde un ápice de la tensión emocional que teje la historia, con toques personalísimos sobre lugares insólitos de París, Amsterdam y Madrid, que transportan al lector a un mundo bello e intrigante, culto y emponzoñado por intereses oscuros. La brillante fluidez de la prosa de  Charo Martínez  nos empuja a leer esta historia  de un tirón, sin desaliento, hasta dejarnos ahítos de hermosura.
Carmen Martí Fabra

El pasado día 20 de mayo se presentó El triángulo de cuatro lados en la Librería Antonio Machado del Círculo de Bellas Artes.
Aquí una muestra fotográfica de cómo salió:





jueves, 10 de julio de 2014

LAS MIL Y UNA NOCHES

Y la princesa Sherezade esa noche narró al Sultán el cuento de Aladino y la adorable bailarina… 

(Aladino y la adorable bailarina)
 
A la noche siguiente roció la frente del Sultán con agua de rosas y musitó a su oído la historia de Alí Babá y los cuarenta ladrones…

(Los sultanes en Palacio)

Pero, un buen dia, la princesa Sherezade, harta de contar historias decidió consultar al hombre sabio de palacio.

Esa adicción a los cuentos es cosa de niños, tiene que madurar, cambiar de aires, dijo el hombre sabio. Debes pensar en una propuesta más sugestiva.

 

 La princesa Sherezade escuchó sus consejos y comprendió que tenía razón.


Reunió en el palacio a invitados provenientes del más remoto Oriente, de las arenas del desierto, del ardiente Paraíso, y pidió su colaboración para obsequiar al Sultán con una fiesta de ensueño. Los príncipes y princesas accedieron gustosos. Seda de la China, brocados de Persia, chales de Cachemira, tules del misterioso Catay, velos bañados en oro. Todo era poco para agasajar al gran dignatario. La fiesta duraría hasta el alba, sin dar tiempo al sultán para echar de menos los cuentos que todas las noches vertía sobre sus regios oídos la bella princesa.

 

(Las princesas)

 
  (Desde las arenas del desierto…)
  


(El Banquete)


 


El Sultán, ahíto de tanta pastela y delicias del desierto, quedó tan profundamente dormido que se olvidó de la cantinela de los cuentos y coronó a la bella Sherezade como sultana de sus amores.
  
(La Sultana de Sandulá)


(Una visita al Harem)






domingo, 4 de noviembre de 2012

VELADA LITERARIA EN FONTANAR 2012


Fontanar, un lugar de la provincia de Jaén. Mes de julio, las estrellas titilando diciendo: ¡estamos aquí!, no queremos perdernos la Velada Literaria. Se falla el Concurso de Relatos “La Maleta del Tío Paco” con un lema: la carta manuscrita.  Hasta aquí todo sigue el curso normal de cualquier certamen. ¡Ah!, pero la magia  se adueña del pueblo por una noche. Todo se transforma. El Caño de San Antonio, un paraje que todavía permite escuchar el rumor del agua en los caños, en la acequia, va a ser escenario de una hermosa representación.






Vamos, señores, que sale el tren camino de Fontanar. ¿Cómo que no tiene usted billete? Fíjese, ahí, ahí mismo tiene la taquilla. ¡Vamos!, este no es un viaje cualquiera. Déjese llevar por la inventiva de los organizadores. Una carta puede contener tantas cosas…Un noticia dichosa, un acontecimiento luctuoso, recuerdos de otros tiempos, amores olvidados…incluso puede haber quedado perdida en el tiempo y recuperada para un Concurso literario. Todo es posible.






Y todo gracias a Rosa Nogales y Sebastián una pareja de soñadores que nos hacen participar de su fantasía y sus anhelos. ¡Enhorabuena! Fue una noche muy, muy bonita, llena de sorpresas, de palabras, de música… La ilusión flotaba en el ambiente. No me extraña que les hayan dado el Premio de Emprendedores. No todo el mundo emprende un viaje de esta envergadura.


Mi amiga Rosa Nogales


Marta acompañada de Rosa y Sebastián


El ganador

   
ALREDEDORES DE FONTANAR 




LA CHAMBA, una casa cueva decorada al más puro estilo de la dueña. Es Casa Rural. A ver quien se anima a disfrutar de ella.

Desayuno en La Chamba








Rincones con sabor.






Una  puerta  con historia







Salón con chimenea y mucho más... 



Para ver  más, entra en el blog  "Imagina un lugar"

Hecho en piedra por Rosa


domingo, 17 de junio de 2012

PREMIO BLAS DE OTERO

El día 16 de Junio se falló el PREMIO BLAS DE OTERO en el Centro Cultural del mismo nombre.
Fue una velada gratificante y bonita. Hubo literatura, música y hasta una copita para celebrar el acto y la buena organización.


JURADO CALIFICADOR



Leyendo el relato



Recibiendo el ACCESIT







                                                        EL LENGUAJE DE LA SELVA
                                  
      Un sol inclemente ha deshecho el velo de gasa gris del amanecer y, a esa hora del mediodía, la luz y el calor son abrasadores, preludio de la lluvia tropical que descargará por la tarde. Hombres manejando máquinas, pertrechados de herramientas, se han adentrado en lo más umbrío de la selva. Manipulan con celeridad, conocen su oficio. Los habitantes de aquel paraje, indígenas, animales y plantas, saben que siempre sucede algo terrible  cuando los hombres sonrosados irrumpen de improviso. Poco tardarán en comprobarlo.
    Un crujido atronador, seguido de un ruido seco de astillas, retumba en la jungla.  Calla el  motor de la sierra eléctrica. El desgarro del follaje acaba por completar el espectáculo del crimen; otra víctima ha caído a consecuencia de la ambición. La reacción es inmediata.
            Todo se agita. Surge la fascinación de la abominable. Un rumor de cuerpos en movimiento recorre el suelo; son insectos, reptiles, pequeños roedores que huyen, se esconden. En las alturas, pájaros enloquecidos baten sus alas y se desplazan entre chillidos sacudiendo el entramado de las ramas con rápidos movimientos; también se hace más audible el chapoteo en las orillas del río. El silencio que viene a continuación trae un lamento proveniente del fondo de la  Humanidad. Se sabe que esta vez la víctima ha sido el cedro centenario; el mismo que se dejaba embargar por el frescor de las aguas, los rayos perpendiculares del sol, los colores iridiscentes de las orquídeas…
             Aquel cedro amazónico, surgido de la tierra húmeda y fértil con la fuerza de un gigante, yace ahora  en un claro de la selva, sacudiendo las ramas con gesto impotente. Sólo consigue que las hojas se sobresalten.
             Fantasmagoría, existencia pálida… ¡ muerte!
             No es la primera vez que un hecho así sucede.  Avistado desde el aire el gran cedro por Don Maldito – el conocido maderero, dueño del aserradero,  los astilleros,  también de la cementera –ha obrado con rapidez, llevando subrepticiamente la máquina infernal, desconocida hasta entonces en aquellos parajes selváticos.
            Minutos antes había hablado el gran río. Bajaba  espantado, ansioso, agigantado. Venía de aguas arriba. Había visto instalarse en un espacio abierto, hacia el interior, una construcción complicada, con máquinas, vehículos de transporte, hombres uniformados… Algo terrible ocurriría.  ¿La tala selectiva? Lo había visto otras veces. Escogen ejemplares aislados, magníficos, únicos. Huyen con el  tronco y dejan abandonadas en el suelo las ramas, las hojas, las huellas del suceso.
            –Cedro, ¿lo ves?  Allá, a lo lejos
            Desde la alta copa, el cedro mira con ojos de periscopio. Solo advierte una polvareda en lontananza.
            –Gran rio, yo no puedo distinguir; no he salido nunca de este paraje. Solo he visto polvareda y muerte cuando años atrás, hombres rasgaban la piel de otros árboles para recoger sus lágrimas blancas en pequeños cubiletes. ¡De eso hace tanto tiempo…!
            –¿No ves unas máquinas con ruedas?
            –Sí, ya las veo. ¿Quiénes son?
            –Depredadores. Vienen de más arriba. Se llevan todo lo que produce dinero.
            La lluvia tropical hace acto de presencia. Es intermitente, descarga con fuerza durante un corto periodo y cesa.
           
            Lo elevan con una gran grúa hasta un camión remolcador, camino de la autopsia. Acostado su tronco en aquel artefacto, echa una última mirada al tocón que queda enraizado a la tierra que le vio nacer. No, no está muerto, la savia aun corre por su interior.
            –¡Eh¡, gran río, ¿adónde me llevan?
            –Al aserradero, sin duda. Está en mi camino de bajada. Lo conozco.
            La máquina poderosa avanza por la trocha paralela al río, que baja turbulento, salvaje, con aguas marrones amontonadas de lluvias, llevando en su cauce toda clase de  desechos, plásticos, espumas malolientes. Aquellos caminos son desconocidos para el cedro.
            Kilómetros de carretera inundados de  un aire irrespirable, empolvan de una capa insana los escuálidos cultivos del interior. Se escuchan explosiones que dejan el aire contaminado de humo y olor a pólvora, arrojando al aire pedazos de montaña que son amontonados en vagonetas.
 La revuelta del camino deja al descubierto una escena de ciencia ficción. El humo blanquecino lanzado a bocanadas por aquella especie de barco gigantesco de cemento y metal, cubre el estuario del río de una nube tóxica. Un gran colector vuelca toneladas de aguas opacas. ¿Será el mismo del que le habló una vez el gran río? El árbol lo relaciona con las espumas amarillentas que envenenan su caudal y se remansan en las orillas, enredadas con  detritus y peces muertos.
            El camión se mueve con dificultad; la marcha es lenta, tortuosa. Campesinos de los alrededores ven pasar el cortejo fúnebre. Se escuchan panegíricos al muerto, de admiración,  de envidia.
            Ya en la sala de disección, operarios manejan grúas poderosas provistas de grandes garfios y dejan su cuerpo en una cadena sin fin, lenta, vibrante.
             Un tipo fornido, con andares de borracho, hace pasar al gran por el tornillo devorador que le despojará de su vestimenta.
             “Todavía puedo sentir mi corteza de estrías  longitudinales, recordar el suave tacto de las serpientes formando ondas en mi torso, los monos balanceándose en mis ramas, las arañas tejiendo su encaje, el viento topando contra mi gran copa…”
             Su conciencia empieza a nublarse, a desenfocar los objetos. Su cerebro ya no puede dar órdenes, pero aun tiene tiempo de pensar en la cantidad ingente de oxígeno que ha proporcionado a la atmósfera a lo largo de sus ciento cincuenta años… “¡Que no desaprovechen mis hojas, tampoco la raíz! Los indígenas obtienen infusiones curativas.  Sí, yo lo he visto”.
             Siente frío, la savia empieza a secarse.
            Con precisión de cirujano, sierras cortantes entran en acción; penetran en su cuerpo y lo separan en gruesos tablones. Formulas eficaces para destruir más en menor tiempo Un estremecimiento de sus fibras más íntimas anticipa el final; es el último estertor, el llanto silencioso de la mutilación.
            En el patio exterior le apilan junto con otros cadáveres.
            Un coche de lujo aparca delante del portón. Es Don Maldito, el inescrupuloso millonario que dice defender el trabajo de los obreros. Viste camisa fina de algodón, botas de montar y sombrero de ala ancha;  deja ver las encías a través de un puro habano. El rostro tenso, como figura de cera, se esconde detrás de unas gafas oscuras. Una astilla se clavó en su ojo y desde entonces las órdenes las imparte desde fuera.  Señala los tablones del cedro con un ademán de la mano. Ha pronunciado la palabra quilla.
            La tala indiscriminada está prohibida. Las autoridades deben haber sido burladas, si en esa parte del mundo la autoridad no fuera él. Los casos de denuncias se archivan en lugares equivocados. Provienen de activistas o paranoicos, según  constan en los informes oficiales. Cuando alguien le pide explicaciones adopta una actitud de embalsamador; se sabe intocable.
            Una sirena marca el final de la jornada. El guardián deja caer la puerta metálica como una guillotina.           
                                                                                                                                        
            Cuatro hombres acuclillados rodean la parte del cuerpo del gran árbol que ha quedado unido a la tierra a través de sus endurecidas raíces. Don Maldito lo quiere para una mesa de campo. Estudian la forma de arrancarlo de las entrañas de la tierra. Han venido pertrechados para pasar el día en la selva.
            El lugarteniente monta una barbacoa en la pequeña playa que forma el remanso del río. Comerán con regocijo.
            En el pequeño claro de la jungla se ha corrido la voz de esta operación. Todo fluye con aparente normalidad, pero, desde los más intrincados rincones  se prepara una ofensiva de grandes proporciones. Ya todos saben que el cedro centenario ha sucumbido a la acción indiscriminada de los hombres, los mismos  que  ahora han  vuelto a invadir  su ecosistema.
            Las grandes hormigas soldado esperan en formación detrás de los helechos. Son la piedra de choque, sólo esperan órdenes. A una señal de sus antenas, el comandante en jefe de las hormigas cortadoras gigantes ordena el avance en fila, pausado, imparable, decisivo.
            Empiezan la ascensión por los pies, siempre en disciplinada marcha. Los monos titís se han descolgado de las ramas y están colaborando; quitan la ropa de los hombres, hacen intención de ponérsela, chillan; uno de ellos le arrebata las gafas a Don Maldito y se las coloca encima de la nariz con alaridos de victoria.
            La serpiente pitón aparece silenciosa. Aquellos hombres no alcanzan a coger sus rifles, se debaten entre las hormigas y los monos. Asciende con movimientos circulares inutilizando el torso de Don Maldito. Presiona. Ya solo quedan fuera de su alcance los brazos. A ellos han conseguido llegar las hormigas. Sus mandíbulas actúan como tenazas. El cachazudo cocodrilo avanza desde las aguas marrones; sabe lo que está sucediendo. Con un rápido y ágil movimiento se traga la hamburguesa de carne a la brasa que tiene en la mano; escupe el brazo por la comisura de su gran bocaza: ya solo encuentra  huesos.
            Allí, junto al cementerio de hojas y ramas del viejo cedro, los indígenas miran atónitos, escondidos entre el follaje, amontonados como racimos de cocos. Un mono colgado de una rama se orina en el parabrisas del  todoterreno.
            Nuevamente, una lluvia torrencial comienza a caer con violencia. Los animales desaparecen para evitar  las enormes gotas de agua que rebotan como balas. Una neblina de agua y vapor inunda el entorno, creando una atmósfera sobrecogedora, misteriosa. La descarga de agua dura unos cuantos minutos, los suficientes para limpiar el lugar del suceso de rastros pestilentes. Cesan el fragor, el espanto, también la lluvia. El agua seguirá goteando de las hojas por un tiempo, produciendo un suave rumor que tardará en apagarse. Las tinieblas, replegándose sobre los recuerdos visuales, nos dirán que el orden se ha restablecido.
             La naturaleza también tiene sus formas de venganza. El hombre solo las intuye levemente, sin prestar la debida atención. Quizá sea debido a esa falsa posición de privilegio que le impide percibir emociones singulares y mensajes inaudibles.
            Pero una luminosidad lechosa, proveniente del fondo de la Humanidad, se abrirá paso con el amanecer y comenzará un nuevo día con el jadeante pálpito de la vida perezosa, ardiente y dulzona de la selva, y una herida ulcerada nos recordará la presencia invisible del cedro centenario.