jueves, 25 de noviembre de 2010

EN EL BOSQUE

¿Qué le indujo a Juanjo aquel amanecer de octubre a  transitar el bosque? Nadie le vio salir. Supieron que no se encontraba en la casa cuando no acudió al desayuno familiar.
Se había levantado temprano, cogido un chubasquero e introducido en el bolsillo  “El gato negro” de Allan Poe, su escritor fetiche. Tiene la intención de caminar, explorar nuevos senderos de la ladera norte del bosque y sentarse a leer hasta la hora del almuerzo. No sabía entonces que una terrible tormenta y la falsa seguridad en sí mismo, iban a llevarle a un punto de no retorno, a extraviarse  por completo. Perdido en el bosque. Esa sería su realidad.
Avanzada la noche sin noticias, un  grupo de amigos montañeros deciden salir en busca de Juanjo.  Van provistos de todo tipo de herramientas, mantas, focos, provisiones, cuerdas…cualquier cosa que pueda resultar necesaria en aquellos umbrosos parajes.
            Juanjo está desorientado. Se le ha echado la noche encima. Está en el límite menos transitado del bosque, allí donde se pierde el valle y surge la negrura del lago. Hace rato que percibe  sombras siniestras. Le envuelve la bruma de la fronda. Sabe que se están dando las condiciones para el rito de la bestia: la luna llena velada por la intensa neblina, sombras y formas desconocidas entre la tempestad de lluvia y viento,  aves nocturnas retornando a sus nidos…” Y esos malditos gritos…  ¿Son chillidos? ¿Maullidos de gatos salvajes?”. Instintivamente se palpa el chubasquero. Allí está el libro, con el terrible Gato negro, que él se imagina intentando pasar las páginas…. ¿Son sus garras las que atenazan su pierna? Cree oír una risa sarcástica saliendo del fondo del bolsillo. Su corazón ha emprendido un salvaje galope. Arroja el libro a la maleza que circunda el lago y cierra los ojos. Está desconectado del mundo real.
 “Necesito alguna señal que me incite a la acción, a la espera, a algo que, para los humanos, tenga sentido”.  Le extraña la placidez de las aguas en medio de la terrible tormenta. Llega al convencimiento de que se aproxima la hora del espectro de la bestia.
            Decide alejarse del lago: le ejerce una extraña atracción.
             Allá, a lo lejos, vislumbra una línea sinuosa que pudiera ser un sendero. Camina entre matojos, enfangado, campo a través. Al acercarse, comprueba estupefacto que se trata de una carretera. “¿Cómo es posible que haya estado cerca de una carretera y no haya percibido ninguna señal de vida? “. Sin alimento, sin ropa de abrigo, sin teléfono móvil, sin nada que le pueda poner en contacto con el mundo civilizado, piensa, desfallecido, que en algún momento acabará pasando un coche. Se sienta, ovillado, en el borde de la cuneta, debajo de un frondoso castaño. Su único horizonte es esperar acontecimientos. Está exhausto. Lleva todo el día perdido en el bosque, en medio de la persistente lluvia, sin más refugio que su chubasquero.
            Un ruido apagado, pero continuo, le lleva a dirigir la mirada en la dirección de la que procede. Los faros de un vehículo alumbran a duras penas la carretera. Se aproxima con una lentitud inquietante.
             Aterido de frío, cuando el coche está a corta distancia, Juanjo se incorpora y comprueba, con terror, que el coche no lleva conductor. Decide aceptar lo que está viendo casi como una sesión de espiritismo, pero también como su única oportunidad para salir de aquel lugar. Cuando el coche pasa por delante de él, abre la portezuela y se sube en marcha.
 El coche avanza penosamente. Juanjo mira de soslayo el asiento vacío del conductor. Presiente que está a merced de una fuerza diabólica. Son las doce, la hora del conjuro. “Lo que venga de ahora en adelante pertenecerá al mundo de lo desconocido. “
            Los amigos han comenzado la búsqueda. Divididos en grupos, rastrean desde las estribaciones del pueblo hasta la zona del lago. En la ribera, entre la maleza, uno de los montañeros descubre el libro de Poe:
–¡Aquí, un libro!  Es de Juanjo, seguro.
            Otro dice haber visto un gran Gato negro corriendo hacia la espesura…  Un coro de pájaros nocturnos se encarga de neutralizar las voces que llaman a Juanjo. Tan arraigada está en el pueblo la idea de que el bosque está habitado por seres del más allá, que se pierden en observar movimientos extraños, más que en localizar a la supuesta víctima. Hay unanimidad: “Está en el lago, por voluntad propia o ajena. De aquí no nos movemos”.
            Juanjo se encuentra a pocos kilómetros de sus amigos ¡Si él lo hubiera sabido!  De manera brusca, siente lo que el cree una garra que le golpea en el hombro. Un haz de luz proyectado sobre su rostro le deja deslumbrado.
            La carretera hace una leve curva y las tibias luces del coche dejan adivinar a través de la lluvia racheada la marquesina de una gasolinera.
Juanjo todavía está inmerso en el paroxismo del terror cuando oye una voz que le grita al oído: “¡Oiga, amigo! ¿No cree que debería bajarse, echar una mano y empujar?"

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