sábado, 27 de noviembre de 2010

AMIGOS DE LA INFANCIA

      
           


            No era un fantasma quien surgió de la niebla. Era algo más.
            Estación London King´s Cross. Éramos centenares, quizá miles. El tren procedente del sur volcó su vómito de hombres jóvenes. Busqué a mi amigo de la infancia. Por él me alisté voluntario. Aun puedo escucharle: la Patria nos necesita.  Unos ojos clavados en la nada se dirigían hacia mí: profundas ojeras en un rostro oxidado, ceniciento, despedazado por enfermedades y derrotas; harapos sobre un cráneo salpicado de costras. Cruzamos nuestras miradas. El oleaje de la multitud descabalgó nuestros cuerpos y, a través de su raída guerrera, pude ver una cicatriz imborrable en mitad de su pecho. Me alargó una mano de mármol con la falange perdida del dedo anular. Su cabeza osciló en un gesto afirmativo. El esfuerzo pareció agotarle. Se le veía viejo de pocos años. Miré avergonzado mi pecho, mi dedo anular.
Me vi volviendo del futuro sin apenas haberme ido. Nos abrazamos. Subí al vagón. Sonreía desde el andén.  

        Publicado en Antología "AMIGOS PARA SIEMPRE"      Editorial Hipálage
         

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