sábado, 26 de febrero de 2011

PÁJAROS NOCTURNOS


            Nueva York, años cuarenta. A las dos de la madrugada Nick lleva ya seis horas embutido en su chaquetilla y gorro blancos. Trabaja en el bar Phillies de la calle 32,  que hace esquina al callejón. La noche esta siendo tranquila, ningún altercado de noctámbulos, ningún atraco, ningún sobresalto de redada.
 Durante las primeras horas de su turno de trabajo el bar bulle de gente que toma la última copa antes de volver a sus casas. A partir de la una de la madrugada los clientes, en su mayoría hombres,  se empiezan a asomar al abismo de su soledad y buscan en la noche afilada de luces de neón, una mirada, un soplo de humanidad, el aliento de cualquier borracho, una mujer…  No son propiamente solitarios, es simplemente gente que está o se siente sola.  Aquella noche las calles de esa parte de la ciudad han volcado su carga de insomnes en cines, bares y clubs de alterne. Una lluvia imprevista ha despejado las aceras y las luces de los anuncios de establecimientos abiertos cobran el protagonismo de estrellas del cinematógrafo. El silencio y la soledad del exterior hacen dirigir las miradas hacia el interior de los bares que permanecen abiertos.
            En el otro lado de la misma realidad  Nick atiende a tres clientes. Presume de saber algo, todo o casi todo de los habituales de la madrugada. Sentado en el taburete del mostrador, de espaldas al ventanal que da a la calle 32, un hombre toma un whisky. La luz del interior hace resaltar la copa de su sombrero.  Nick le ha saludado sin dar importancia al hecho de verlo entrar una noche más y le ha servido la bebida sin hacer preguntas innecesarias. Sabe de él lo suficiente: se llama Roth, es detective privado y padece de insomnio.  Frecuenta el bar un par de veces por semana y siempre con un objetivo más o menos profesional. La suela de sus zapatos está demasiado gastada de patear la ciudad y su nombre ha aparecido en cierta ocasión en un periódico sensacionalista  relacionado con la resolución de un caso de contrabando y chantaje. Nick ha desistido hace tiempo de querer saber algo sobre su vida personal porque, a lo largo de los tres años que lleva sirviéndole whiskys, jamás mostró la confianza suficiente como para hablar de lo que le destruye interiormente y que Nick ha sabido por otro canal.  Únicamente se muestra locuaz si alguien esta dispuesto a intercambiar impresiones sobre combates de boxeo o carreras de caballos.
            Pero esa noche no parece la más apropiada para intercambiar nada. En el mostrador que corre a lo largo del ventanal que ilumina el callejón se acomoda una pareja, un hombre y una mujer. Han entrado por separado, pero Nick sabe que, aunque proceden de diferentes puntos de la ciudad, lo hacen como medida de seguridad.
            Nick  ha reconocido a la mujer por la melena platino y el vestido, siempre de  color rojo.  Es vocalista de un mediocre cabaret situado unas cuantas calles más hacia el oeste, uno de esos que acoge a personajes de la noche y los escupe a las dos de la madrugada, esa hora canalla en la que  empiezan las grandes transacciones, el juego millonario, las apuestas y  las acciones más viles.
            Después de un rutinario intercambio de saludos se confiesa hambrienta y pide un sandwich de pavo, queso y mostaza.
            El hombre que en ese momento la acompaña: traje, corbata y sombrero de ala caída sobre la frente, es el lugarteniente de uno de los jefes del hampa de un barrio marginal. Ha pedido dos cervezas con el aire de quien controla perfectamente cualquier situación. Nick está seguro de que algún día le tocará ser  testigo de algún suceso luctuoso porque la rubia es  la chica del jefe y aquellas citas clandestinas  tarde o temprano explotan como obuses. Lo ha visto mil veces en las películas.
            A Nick le sorprende el hecho de que el detective haya llegado esa noche más tarde de lo habitual y que no pierda detalle de los movimientos de la pareja, aunque aparente indiferencia. También llama su atención el nerviosismo de la rubia cuando ve pasear la acera en la semisombra que producen  las luces del bar, a un hombre con aire ensimismado que mira con detenimiento hacia el interior. El lugarteniente se apresura a tranquilizarla con un cariñoso apretón en el antebrazo y Nick cree oir: “tranquila, nena, todo va bien”.  El detective, al que se le supone ojo de halcón y percepción de felino, hace un guiño a Nick, que quiere ser de complicidad y le pide su segundo whisky,  al tiempo que rompe el mutismo que le ha acompañado toda la noche.

            –Ya ves Nick, no soy el único que transita con sigilo  la noche neoyorquina. Esta ciudad está llena de gentes con insomnio. Mi pregunta es si ese hombre, aprovechando su vigilia,  no está siguiendo los pasos de alguien. A mí me complicaría mucho las cosas si así fuera. Esta comedia no admite más personajes. Por favor, mira con disimulo y dime si todavía está  ahí fuera.
            –Señor Roth, no sólo sigue ahí fuera sino que está tomando notas en una libreta.  Pero…  le está fallando su fino olfato, este hombre no representa ningún peligro. Viene por aquí de vez en cuando. Es pintor, se llama Edward Hopper. Suele llamar a la gente que frecuenta la noche “pájaros nocturnos”.
            –Puede que tenga razón. Acudimos a la luz blanquecina de los locales  para protegernos de la oscuridad exterior.
            –Pero esta noche parece que solo le interesaran los cuatro pájaros que habitamos el nido de Phillies.
            El pintor se afana en su libreta de bocetos. Emborrona el título del apunte al carbón que acaba de hacer del interior del bar. Tacha “ Pájaros nocturnos”. Le parece que se presta al doble sentido. En su lugar escribe  “Rapaces nocturnas”. Tampoco, demasiado agresivo. Al fin parece haber dado con el título que andaba buscando: “Aves nocturnas”. Si, es más conciliador, evoca otro tipo de imágenes.  Añade:  Nueva York, 1942.

           

4 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho la relación que se establece entre el Señor Roth y el Señor Edward Hopper, que sin verse crean una unión en la historia. ¿Cuanta razón tiene el Señor Edward Hopper al emborronar el titulo del apunte :-D

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  2. Leo el relato y se despierta mi curiosidad...
    Busco y encuentro esto:

    http://www.nga.gov/exhibitions/2007/hopper/introduction/index.shtm

    Navego y llego a:

    http://www.nga.gov/exhibitions/2007/hopper/acloserlooka.shtm

    ¡Me encanta!
    ¡Me entran muchas ganas de pintar!

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  3. Soy Cristina Caviedes, la ganadora del concuros de relatos La Maleta del tio Paco... sólo quería felicitarte, desearte muchísima suerte y darte todo mi apoyo. Me encanta lo que he leído más arriba...Muchos besos!!!

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  4. Aquí va un comentario con retraso. Me gusta la limitación del marco, que el relato se quede en la cafetería y, a pesar de algunos apuntes sobre la profesión de los clientes, dejas el relato dentro de las cuatro paredes. Siendo redundante lo encuadras o enmarcas porque la historia está ahí del mismo modo que está en el lienzo.
    Muy bonito el apunte final del pintor, aunque resulte un poco fabuloso o fabulado.

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